Oh Dios, ¿seré alguien tóxico sin saberlo?
Hace cosa de 20 años, una persona con la que desarrollé un proyecto profesional poco exitoso, al explicarme sus razones para seguir por diferentes derroteros entre otras cosas me dijo que yo le resultaba tóxico.
Creo que en esos tiempos el término se usaba muy poco con el sentido que tiene ahora porque no le di mucha importancia. Más bien me pareció poco masculino; si entonces yo le hubiera dicho eso a algún amigo cercano, se habría reído de mi un buen rato. (Que nadie se sulfure, eran otros tiempos).
Nunca me han vuelto a llamar así, aunque seguramente habrá quien piense que lo soy, dado mi poco tacto y propensión a no aceptar las cosas porque sí, a la ironía, el escepticismo, el cuestionamiento y la asertividad.
Por mi parte, no cuelgo a nadie esta etiqueta tan tramposa; si algo me incomoda procuro apuntar a los hechos, las conductas, antes de caer en juicios de esta naturaleza que en la mayoría de los casos dicen más del juzgador que del juzgado.
Pero es que pululan
Hoy es una expresión común. De hecho, entre todas las maneras posibles de clasificar informalmente al personal que comparte espacios de trabajo, sobre todo oficinas, una que encuentro con frecuencia y siempre me llama la atención es la que distingue, de manera taxativa, entre dos grandes categorías de personas:
Las tóxicas
Las no tóxicas
De esta última hay un subcategoría absolutamente esencial para entender la dinámica de la toxicidad en las organizaciones: la compuesta por las personas (autodefinidas, claro, como) no tóxicas que asumen la responsabilidad de identificar a las tóxicas, señalarlas e incluso sugerir medidas para aislarlas, cancelarlas y eventualmente hacer que las excluyan.
¿Y qué es una persona tóxica? Hice la pregunta a Google, especificando en el trabajo, y como primera respuesta recibí la siguiente bomba, firmada por Sodexo:
“Las personas tóxicas son verdaderos obstáculos para un ambiente de trabajo productivo y saludable. Pueden contaminar e incluso cambiar el estado de ánimo de todo un equipo. Todos los conocemos. Son esos bullies que acusan, amenazan, molestan, avergüenzan, alzan la voz, se burlan, hacen berrinches.”
¡Tómala!
Buscando un poco más encontré una lista del Instituto Europeo de Psicología Positiva (claro, ¿de cuál otra iba a ser?) con nada menos que 15 características para identificarlas, que son las siguientes, copiadas textualmente:
Provocan emociones desagradables en nosotros
Se quejan de la mayoría de las cosas
Son muy negativos
Se muestran como víctimas
Son pasivos
La envidia está muy presente
Siempre están hablando de lo mal que lo han pasado
Son personas egocéntricas
Por naturaleza cotillas y critican muchísimo a los demás
Se muestran en muchas ocasiones arrogantes y prepotentes
Tienden a juzgar a los demás nada más conocerlos y desde un inicio
Les gusta manipular
Son saboteadores natos
Cero autocrítica
Son infelices
En el texto fuente no se dice si hay que tener todas estas características o solo algunas, ni si deben estar siempre presentes o solo ocasionalmente, si hay grados o intensidades, parámetros objetivos para identificarlas e instrumentos de medición para asignarles dimensiones, o si existe alguna jerarquía entre ellas. ¿Como saber si alguien es infeliz o tiene envidia y en su caso qué tanto de cada desventura padece, y si un infeliz es más o menos tóxico que un envidioso?
Es de película de terror la imagen de alguien observando por encima de las gafas a sus compañeros de trabajo con esa lista en la mano, para detectar tóxicos y extirpar la mala hierba antes de que dé frutos.
Si nos atenemos a lo que se dice en una nota de público.es, no debería costarle trabajo identificarlos porque “en definitiva, una persona tóxica es aquella que, con su sola presencia, ya te genera una sensación de ansiedad, temor, nerviosismo o incomodidad, afectando al rendimiento”.
Me encanta el remate: lo que importa no es tu salud física o mental, tu estabilidad o la calidad de tu vida en el trabajo sino tu capacidad de producir.
Pero ocurre que, de acuerdo con la misma fuente, “se puede dar la circunstancia de (que) aquel compañero que tú valoras como ‘tóxico’ sea muy bien considerado por otros compañeros. Porque la personalidad tóxica depende también del punto de vista…”. Es decir, que puede que sea o puede que no, y puede ser que la toxicidad esté en esa persona o en la que la percibe como tóxica.
Finalmente, para no dejar de usar la herramienta de moda acudí a la IA y le pedí a ChatGPT que me explicara el concepto en términos simples. La respuesta fue:
“Una persona tóxica es alguien que constantemente se comporta de manera dañina para los demás, ya sea emocional o físicamente. Puede hacer a otros sentirse mal consigo mismos, hundirlos o crear conflictos en las relaciones. Las personas tóxicas a menudo tienen actitudes negativas, pueden ser controladoras, manipuladoras o deshonestas, y pueden carecer de empatía o consideración por los demás. Estar cerca de una persona tóxica puede ser agotador y molesto, y es importante establecer límites y cuidarse uno mismo al tratar con ellos.”1
Tiene sentido. Suena más serio que lo anterior y cierra con una recomendación sensata. Pero sigue dejando cabos sueltos, ideas a medias. ¿Qué implica ser manipulador? ¿Cómo puedo saber que una persona carece de empatía? ¿Hasta qué punto se pueden atribuir las causas de un conflicto de relación a una única persona?
Estarás pensando, amadísimo (es un decir) lector, que mis referencias son de poco valor: Google, un periódico y ChatGPT. Tienes razón. Y estarás de acuerdo en que “diagnosticar” a alguien como tóxico basados en tan escasa y cuestionable información, cualesquiera que sean las consecuencias para esa persona, sería algo injusto e inaceptable.
Pero es probable que en la inmensa mayoría de las veces en que a alguien se le cuelga el adjetivo de tóxico (tóxica o tóxique) los argumentos para hacerlo tengan fundamentos tan débiles como estos o más aún.
¿Qué hacemos?
Lo primero que llama la atención al acercarse al tema es que la toxicidad se presenta como el resultado de algo que un individuo determinado es o tiene, una característica o conjunto de ellas que en comparación con el resto de la gente lo convierten en alguien que al interactuar con otros es fuente de dificultades y malestar, mismos que eventualmente pueden afectar a todo un grupo o una institución.
En su forma más simple el modelo es: hay un tóxico que al interactuar hace a algunos víctimas de su toxicidad. Es unidireccional, estímulo-respuesta. Pero no es un contagio porque los “intoxicados”, aunque sufran con los problemas de relación, no se vuelven necesariamente tóxicos, no contraen el mal.
Cuando el tóxico hace proselitismo y se alía con otros es factible que llegue a conformar una camarilla tóxica cuyos efectos nocivos pueden multiplicarse. Sabemos que por esta u otras causas llegan a constituirse ambientes o culturas que se perfilan como tóxicos. Son fenómenos importantes en el terreno de la toxicidad en el trabajo2 pero que escapan a los alcances de estas reflexiones y por eso de momento quedarán en la bodega del newsletter.
Volviendo al tema, conforme a la idea predominante de la personalidad toxica la responsabilidad de los problemas de relación se centra en el individuo identificado como tal, de quien se supone que podría llegar a modificar su comportamiento en función de las necesidades de otros para mejorar las cosas y “llevar la fiesta en paz”. Como toca hacer a todos casi todo el tiempo.
La vida en comunidad es transaccional y negociada, y en mayor o menor grado nadie se libra de la necesidad de ceder, hacer concesiones y “dar para recibir”. Quienes lo hacen bien, suelen granjearse la aceptación de sus comunidades y pueden manejarse de forma beneficiosa en las relaciones con sus prójimos. Los que por diversas razones no aprendieron cómo hacerlo, no pueden o no quieren, pagan costos que pueden llegar a ser tan elevados como la segregación, el aislamiento y la expulsión del grupo.
Un problema de entrada es que al señalado como tóxico pocas veces se le retroalimenta a tiempo con claridad o se le plantean demandas específicas de cambio y un esquema de consecuencias si no ocurre. Volvamos al principio de este escrito y entenderemos por qué: la descripción de las conductas tóxicas y de sus efectos en los grupos es tan vaga que cuesta integrar “casos” sólidos que no impliquen el riesgo de empeorar las cosas aún más en vez de ayudar a corregirlas.
Como también puede verse párrafos arriba, la toxicidad ni siquiera es lo mismo para diferentes personas; y como la experiencia nos confirma día tras día que en estos tiempos de hipersensibilidad y pieles talqueadas con Johnson’s polvo de almidón libre de parabenos y colorantes, cualquier crítica, cuestionamiento, ironía o negatividad (no solo actitudinal, sino dialéctica) tiene el potencial de incomodar profundamente a individuos o equipos y afectar su productividad, casi cualquiera que no sea absolutamente amable y condescendiente puede llegar a parecer amenazante y tóxico en algún momento.
¿A la hoguera?
Claro que no. Hay que dar al tóxico la oportunidad de defenderse, como a cualquier otro ser humano. Vivimos tiempos de estrés, presiones, malos tratos, bajos sueldos, miedo, inseguridad y no todo el mundo tiene la capacidad de seguir sonriendo, mostrarse feliz y relacionarse con la tersura de una escultura de Koons3.
El catalogado como tóxico debe saber con claridad qué aspectos de su conducta afectan a quiénes, de qué manera y en qué momentos. Esto debe hacérsele saber por su superior inmediato o alguna persona con ascendiente sobre él, de forma concreta, específica, referida a hechos y cotejada con parámetros generalmente aceptados, mirándolo a los ojos, con firmeza y sin rodeos. Según sea el caso, puede ser una situación difícil aunque se cuente con el apoyo de mediadores y se actúe con apego a metodologías de retroalimentación, por lo que siempre hay que estar preparados.
En una gran cantidad de ocasiones, un buen proceso de retroalimentación y manejo de conflictos permite superar errores de comunicación y malos entendidos, y hace volver las aguas a su cauce. En otras circunstancias, ante diferencias insuperables, puede dar luz para el establecimiento de compromisos de interacción “civilizada” entre las partes en conflicto o elementos para decidir la separación de alguien de un proyecto o un equipo con fundamentos aceptables para todos los involucrados.
El tóxico muchísimas veces resultará ser una persona introvertida o con problemas de fobia social, alguien de naturaleza callada o todo lo contrario, una persona deprimida o ansiosa, alguien con un narcisismo muy agudizado, una víctima de abuso o violencia doméstica o familiar, o con presiones económicas desmesuradas, tosca en sus interacciones o carente de empatía. Bien puede ser alguien necesitado de ayuda y no de una patada en el trasero.
También puede ser una persona inteligente, cuestionadora, de pensamiento crítico e independiente, que no acepta agachar la cabeza solo por no incomodar.
Adición del 26/06/23.
El tapete ideal para introvertidos, huraños y en general quienes quieran ser vistos como tóxicos. Voy a encargar varios para regalar.
A toxic person is someone who consistently behaves in ways that are harmful to others, either emotionally or physically. They may make people feel bad about themselves, bring others down, or create conflict in relationships. Toxic people often have negative attitudes, may be controlling, manipulative, or dishonest, and may lack empathy or consideration for others. Being around a toxic person can be draining and upsetting, and it's important to set boundaries and take care of oneself when dealing with them.
Las toxicidades en la familia, la pareja y otras, incluidas las derivadas de la acción de los políticos que sobreviven a costa de polarizar y contraponer a la gente, no se tocan aquí.
Byung-Chul Han hace un análisis interesante de la incapacidad de actual de convivir con la negatividad y el gusto por la escultura de Koon en La salvación de lo bello.
Me da miedo comentarlo, pero desde ese punto de vista una persona “tóxica” puede ser simplemente neurodivergente.
Si la carga de la prueba está en el otro...
Salvador, gracias por tus reflexiones, nada tóxicas, por cierto. Queda clara la subjetividad del señalamiento cuando observamos o somos observados como tóxicos. Aunque de que los hay (¿o hemos?) con dichas características, los hay y se apetece darle la vuelta o buscar algo de empatía para que la convivencia sea lo más saludable posible. Resulta prudente buscar soluciones para la interacción en vez de conservar el puro juicio. Me quedo con el aprendizaje de tu artículo. Un abrazo libre de toxinas.