Te oyes
Hablas y hablas mientras te escucho atentamente, la vista fija en tu mirada -que va y viene-, sin interrumpir, apenas esbozando algunos gestos de asentimiento para que sepas que sigo el hilo de lo que cuentas. Te presto atención (qué expresión tan afortunada) con honestidad, muy pocas reservas y hasta donde puedo sin juicios, aunque sé de sobra que este préstamo no será devuelto.
Todos mis sentidos y capacidades de escucha están en juego. Capto y registro con una fidelidad inusual lo que expresas, una mezcla de queja contra la vida, confidencia de amigos y desahogo emocional. Soy, más que “todo oídos”, un auténtico ejemplo para un tutorial de autoaprendizaje de atención plena.
Pero la comunicación entre las personas no es un asunto simple. Ocurre que por ponerme en modo tan perceptivo me doy cuenta de que en realidad no es importante para ti que te escuche activamente, porque no buscas en mis gestos señales que lo confirmen. Es decir, no me prestas suficiente atención; podría estar divagando y no lo notarías. Sin embargo, si al final de nuestra charla/monólogo alguien te preguntara es probable que le dijeras que agradeces que alguien (yo) te haya escuchado.
¿Qué es lo importante entonces? ¿Por qué me hablas con tanta intensidad y me cuentas tus problemas? Por que en realidad mi presencia silenciosa y atenta es una oportunidad de oro para algo que disfrutas enormemente: oírte a ti misma.
Estás lejos de ser una rara avis. La autocontemplación es lo de hoy, y el deleite ante la propia voz e imagen está presente donde sea que miremos, todo el tiempo. De hecho, muchas veces detrás de la queja repetida de que “hoy nadie escucha”, de los entrenamientos en escucha activa y muchas técnicas y metodologías de comunicación interpersonal se ocultan necesidades más bien dirigidas a sistematizar el que otros nos den espacios de expresión y nos tomen en cuenta. En infinidad de ocasiones, lo verdaderamente importante (y placentero) para quien habla es justamente hablar y oírse a sí mismo haciéndolo y no tanto que lo escuchen.
Yo pensaba que lo anterior podía verse simple y llanamente como narcisismo, algo muy de nuestros tiempos hasta donde entiendo, pero Valentina Rodríguez Arenas, mi asesora número uno en temas de psicología, psicoanálisis y asuntos de esa índole me dijo que nanay, nones, nel, ni máiz, que primero me informe porque hay una gran cantidad de razones por las que alguien puede necesitar o querer escucharse a sí mismo, no solo por narcisismo, muchas muy legítimas y todas respetables. De acuerdo.
Pero bueno… quien antepone sus necesidades y funciona así está en su derecho de hacerlo en tanto otros se lo toleren o si las relaciones de poder lo permiten. En lo personal me parece más bien abusivo y una causa de frustración para quienes nos esforzamos en ser buenos escuchas. En casos así, lo que nos queda es la satisfacción de haber cumplido con nuestra parte.
Cuéntame
Escuchar activamente, con respeto y atención, invita a quien está enfrente a hablar, a seguir expresándose, a abundar en lo que tiene para contar. A casi todos nos pasa que mientras nos presten atención, continuamos.
No hay participante en un curso de técnicas de entrevista, por básico que haya sido, que no aprendiera que si se queda callado mirando a los ojos al entrevistado cuando este termina de decir algo, antes o después continúa hablando. El vacío que significa el silencio lo incomoda y más pronto que tarde hace algo para llenarlo.
En los entrenamientos de escucha activa normalmente se sugiere al oyente mantenerse callado -sentido común de primer año- pero no siempre se explica que cerrar la boca no lo es todo, sino que hay que estar genuinamente interesado en el otro y lo que dice, o sea, estar presente en la conversación. Es algo que se nota en las señales no verbales, en el tiempo que se concede al interlocutor, y en las preguntas y comentarios que se le hacen cuando termina de hablar, entre otras cosas.
Las personas normalmente se dan cuenta de cuándo son escuchadas y cuándo no, aunque no sean totalmente conscientes de ello. Pienso, por ejemplo, en los niños cuyos padres aparentan prestarles atención pero que en el fondo saben que no es así aunque no tengan manera de entenderlo y mucho menos de manejarlo para reducir la frustración y los probables sentimientos de escasa valía.
Escuchar es estar presente.
Extraviado
Esta mañana, en la concurrida terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, una vez superado el control de seguridad, ya en la zona de salida nacional, hice lo que hago siempre: detenerme frente a la pantalla de información de vuelos para averiguar a qué sala de última espera debía dirigirme para el abordaje.
No bien acababa de llegar a ese punto cuando de la nada surgió un empleado del aeropuerto, con identificación y chaleco amarillo fosforescente, que se me acercó para preguntar sin mayor preámbulo a dónde iba y cuál era mi número de vuelo.
-Es que lo veo extraviado- me dijo.
-No estoy extraviado- contesté secamente.
Insistió en “ayudar” y para quitármelo de encima le di la información que me pedía. Consultó un dispositivo que llevaba en la mano, seguramente su celular, y me indicó de inmediato la sala a la que debía dirigirme. Antes de irse, en tono como de disculpa y sin esperar respuesta dijo:
-Pensará que soy metiche, pero solo quiero ayudar.
++++++++++++
Si no fuera por la escasa tolerancia a los adjetivos aplicados a mi persona que me caracteriza, sumada a cierta deformación profesional, esta intrascendente escena de menos de un minuto habría sido borrada del disco en pocos momentos y ahora no la estaría relatando.
El asunto es que me intrigó qué podría haber hecho pensar a alguien supuestamente entrenado para tratar con pasajeros de los más diversos tipos y condiciones que yo, a las 9 y media de la mañana, en plenitud de facultades y mirando un tablero de vuelos, pudiera estar extraviado.
Mi primera hipótesis apuntó al terreno de lo etario. Aunque no luzco (me parece) como un anciano de capacidades disminuidas que requiere ayuda para ubicarse, soy un hombre de edad bastante avanzada y como muchas personas identifican vejez con inutilidad pues… igual por ahí.
O quizá, por alguna misteriosa razón, me imaginó extranjero. Pero no, porque ser de fuera no implica estar extraviado en un aeropuerto.
¿O me vería de pocas luces (un poco idiota)? Puede ser. Un gesto o un movimiento inadvertidos que este hombre asoció con discapacidad intelectual. O el haberle recordado a alguien… un cuñado tal vez…
Pero lo más probable es que se trate de una persona con necesidad de empleo, poco calificada, que se consiguió esta chamba por medio de alguna relación y fue colocada en este puesto sin el entrenamiento necesario, alguien que sinceramente quería ayudarme y hacer bien su trabajo para cumplir y cuidarlo. Solo que no le dieron herramientas de relación para poder observar a los pasajeros y predecir con suficiente precisión sus necesidades, para acercarse a ellos con cortesía y cordialidad, y ofrecer un servicio que además de dejarlos satisfechos ayude a fortalecer la deteriorada imagen del aeropuerto.
Eso debe ser, todo indica que no lo han entrenado para escuchar.
¡Un cuñado!!! Perdón pero me hiciste reír con ese comentario
“¿Que decías, de que hablabas? “
Qué experiencia!!!